domingo, 31 de marzo de 2013

Jesucristo compró nuestra redención


La muerte de Jesucristo en la cruz del calvario tuvo un propósito importante para la vida de la humanidad, ya que Él ocupó el lugar que a nosotros nos correspondía.
En su crucifixión, Dios obró en nuestra redención.
“Cuando vino la hora sexta,  hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz,  diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío,  Dios mío,  ¿por qué me has desamparado?
Y algunos de los que estaban allí decían,  al oírlo: Mirad, llama a Elías.
Y corrió uno,  y empapando una esponja en vinagre,  y poniéndola en una caña,  le dio a beber,  diciendo: Dejad, veamos si viene Elías a bajarle.
Mas Jesús,  dando una gran voz,  expiró.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Y el centurión que estaba frente a él,  viendo que después de clamar había expirado así,  dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15:33-39).

El evangelio de Lucas también nos refiere la exclamación de Cristo al momento de fallecer. “Entonces Jesús,  clamando a gran voz,  dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.  Y habiendo dicho esto,  expiró.
Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo” (Lucas 23:46-47).

En esas tres horas de tiniebla sobre la tierra, Jesús se presentó como ofrenda para expiación de nuestros pecados. “Por lo cual también Jesús,  para santificar al pueblo mediante su propia sangre,  padeció fuera de la puerta” (Hebreos 13:12).

Y esto de que padeció fue para rescatarnos de nuestra vana manera de vivir, para darnos vida en el espíritu por cuanto todos estábamos muertos en nuestros delitos y pecados.

Un acontecimiento importante en medio de todo esto, es lo que dice el versículo 45 del capítulo 23 de Lucas y el versículo 38 del capítulo 15 de Marcos: el velo de templo se rasgó por la mitad.
Este velo significaba la separación entre Dios y la humanidad, nadie sino solo el sumo sacerdote, una vez al año, podía acercarse al Lugar Santísimo donde estaba el arca del pacto.

“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir,  no de esta creación,
y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos,  santifican para la purificación de la carne,
¿cuánto más la sangre de Cristo,  el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios,  limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:11-14).

Hay que recordar que Jesús no se quedó clavado en la cruz, tampoco se quedó dentro del sepulcro, sino que Dios le levantó de los muertos, siendo así las primicias de la resurrección y cumpliendo el mandato que le fue encomendado.
“Por eso me ama el Padre,  porque yo pongo mi vida,  para volverla a tomar.
Nadie me la quita,  sino que yo de mí mismo la pongo.  Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.  Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18).

“sabiendo que Cristo,  habiendo resucitado de los muertos,  ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.
Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas;  mas en cuanto vive,  para Dios vive” (Romanos 6:9-10).
Y el versículo 23 nos declara “Porque la paga del pecado es muerte,  mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Podemos entrar con toda confianza a la presencia de Dios por la sangre de Jesucristo que nos limpia de todo pecado y nos regala la salvación.
“que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,  y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,  serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia,  pero con la boca se confiesa para salvación.
Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere,  no será avergonzado” (Romanos 10:9-11).

El mensaje de salvación es tan sencillo que para algunos resulta difícil de creer. No hace falta hacer rituales especiales, sacrificios o entregar abundantes ofrendas para llegar a Dios, ni hace falta buscar más intermediarios o intermediarias para acercarnos al Señor.

“Jesús le dijo: Yo soy el camino,  y la verdad,  y la vida;  nadie viene al Padre,  sino por mí” (Juan 14:6).

El Señor regresó a donde estaba primero, a la diestra de Dios Padre, y vendrá por segunda vez, a levantar a los que creen en Él.
“así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos;  y aparecerá por segunda vez,  sin relación con el pecado,  para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:28).