viernes, 20 de febrero de 2015

Desde la ventana

La vida nos muestra tantos escenarios, personas, situaciones que es imposible no notarlas. 
Escuchas sonidos, ver pasar mucha gente de un lado a otro, lo que hacen parece interesante y te atrae, te asomas a la ventana y ves un mundo diferente y tienes ese deseo de ver más de esa vida; pero no buscas salir, sino entrar.

Vas caminando y te asomas a una ventana para ver más de cerca. Hay gente vestida con ropa formal, moviéndose rápido, hablando mucho,  haciendo algo que parece importante.  Te ven en la ventana y te ignoran una vez, te ven de nuevo de forma más detenida y te piden una opinión, se las das y te dicen "gracias".
Luego vuelven a lo que estaban, ya no te ven y sientes incomodidad, sabes que ese "gracias" lleva implícito un "eso es todo". Tienes que marcharte.

Hay más casas con ventanas abiertas. Otra llama tu atención, se escuchan música de fondo y risas, tiene muchos adornos de múltiples colores.
Te asomas y ves varias personas a la mesa, riendo, contando anécdotas. 
Te ven y te saludan, pero ninguno se levanta de la mesa. La conversación es amena, por momentos jocosa, divertida y te hace reír. Te ven, se ven entre ellos y ríen más fuerte. Ya no sabes si se ríen  contigo o de ti. De nuevo, esa incomodidad.
Dices que ya debes irte y algunos sólo levantan la mano haciendo un ademán de despedida, sin volver a verte.

Sigues caminando y encuentras otra ventana abierta. La luz es tenue, parece cálida y es atrayente.
Te asomas y ves un joven escuchando música con sus audífonos y los ojos cerrados. De pronto los abre y te observa, te regala una sonrisa reluciente y se mueve de su lugar hacia la ventana.
Inicia una conversación bastante amena, con mucha risa e historias. Te muestra sus discos de música favorita, toma uno y selecciona una pieza. Se pone los audífonos y levanta el pulgar en gesto de afirmación. Cierra los ojos y parece perderse su música. Sonríes y luego la sonrisa se desvanece, la música no llega a tus oídos. Incomodidad. 
Sientes que es momento de partir, te despides pero no se da cuenta. 

El camino se extiende hasta que ves otra ventana abierta. Te asomas y no ves colores vivos, no hay gente con ropa elegante, no hay música, no tiene mayor atractivo. 
Solo hay una vieja mesa de madera y dos sillas. Sobre la mesa un libro de pasta negra, gastado por el uso y los años. Percibes el aroma inconfundible de una bebida caliente.
Dentro hay un hombre de mirada cansada y manos ásperas que vierte el brebaje en dos tazas.
Te mira, sonríe y con su voz cálida te invita a pasar. 
Es en ese momento cuando te das cuenta que has llegado a casa.