viernes, 9 de marzo de 2018

Se iba masturbando sobre mi hombro

En una sociedad donde el machismo predomina en la cultura, se le resta importancia a las agresiones y acoso sexual del que en más de una ocasión hemos sido víctimas las mujeres salvadoreñas.
Desde la indiferencia hasta tratarnos de escandalosas, dramáticas y amargadas es la respuesta que las féminas podemos esperar de parte de no solo la población masculina de este país, sino de las mismas mujeres, sin distinción de clase social, nivel educativo y/o religión.
Muchas, inclusive, se atreven a querer desacreditar la lucha feminista atribuyéndole conceptos equivocados como que si el feminismo es "odio a los hombres" y a todas las normas consideradas social y moralmente "correctas". Cuando que por esa lucha feminista es que hoy pueden gozar de emitir el sufragio y escribir cualquier idea por más absurada que sea en las redes sociales o cualquier plataforma digital o impresa.

Es por ese contexto que es importante no guardar silencio ante conductas y prácticas de acoso sexual y misoginia que, lamentablemente, han sido normalizadas en la sociedad. 
Sentimos horror cuando una mujer es asesinada frente a sus hijos por su propio esposo en plena vía pública, nos escandalizamos cuando una agente policial es asesinada por su compañero y su cuerpo no es encontrado; pero al mismo tiempo nos volvemos indiferentes al ver adolescentes en estado de gestación y nos convertimos en inquisidores que descargan su mejor (peor) discurso para acusarla de inmoral, loca o perdida.
De acuerdo a datos del Mapa de embarazos de 2015, hubo 25,132 jóvenes entre 10 y 19 años embarazadas. El Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) señaló en 2017 que el 65.2 % de las niñas entre 10 y 12 años embarazadas tuvieron una pareja de cuatro a 10 años mayor que ellas, el 18 % tuvo una pareja que era 10 años mayor. Entre las de 15 a 17 años, 35 % tuvo una pareja de cuatro a 10 años mayor y el 11 % una 10 años mayor que ellas.
Un adulto embarazó a una niña/adolescente. A eso se llama violación, no hay dónde perderse. Pero en El Salvador, parece que no cala en la consciencia. Llega a ser bastante frustrante que, por más que se insista, se minimiza el problema.

En ese mismo sentido va el acoso callejero, que para muchos es una insignificancia y que las mujeres que recibimos "piropos" o "cuentiadas" deberíamos de sentirnos halagadas ante semejante acto de galantería.

OJO: aclaro aquí que no tiene nada que ver con saludar y tener buenos modales. Decir buenos días, tardes, noches; gracias, por favor, con permiso y adiós es parte de la cortesía que todos y todas debemos practicar.

Aclarado eso, prosigo con la idea que quiero plantear.
No es nada agradable que en la calle te griten "mami", "mamasita", "cosita", "ricoeso" y cosas semejantes. Como tampoco es agradable actos como el que usé para titular este artículo.

Y lo puse porque me ha pasado y no solo una vez.
Cuando empezaba a estudiar en la Universidad, al no vivir en el área metropolitana, tenía que abordar un bus interurbano que en la hora pico van llenos a más no poder. Pues un individuo aprovechó esa situación para, como decirmos en salvadoreño, "arrimarse" a mi hombro.
No tiene nada de extraño considerando la situación de que el bus iba lleno. Hasta que advertí que el sujeto empezó a frotarse más y percibí que tenía una erección.
Fue horrible. En el recorrido de al menos 10 kilómetros continuó haciéndolo y yo me movía en el reducido espacio que tenía para alejarme. Indignación, ira, impotencia, repugnancia y miedo era la mezcla de sentimientos que tuve en ese momento. 
Mi cara de angustia era evidente, pero guardé silencio, ¿por qué? aún no lo tengo claro. Esperaba que alguna persona que iba junto a él advirtiera la situación y lo frenara, pero no pasó. 
Llegué a la parada donde tenía que bajarme. Hasta entonces sentí alivio, pero mis piernas temblaban, temía que me siguiera. Por suerte, no lo hizo.

Me gustaría decir que este fue un hecho aislado, pero no lo es. Años más tarde o mas bien hace un par de años me sucedió lo mismo en la ruta de buses que tomo para venir al trabajo. Noté que el tipo (de mediana edad) hacia eso con bastante frecuencia con muchas mujeres y me decidí a no volver a sufrirlo.
Cuando de nuevo se paró junto a mí, saqué un lápiz al que le había sacado mucha punta y lo escondí bajo mi brazo. Cada vez que se acercaba, yo empujaba el lápiz. No dijo nada, guardó distancia.
Otro día se arrimó a otra mujer y comenzó con esa práctica. Ella estaba visiblemente incómoda. No pude callar más, le dije: ¡ya déjela! Y me respondió que la gente lo estaba empujando, a lo que reproché: ¡usted sabe lo que va haciendo! No dijo nada y se bajó del bus.
La mujer a la que iba agrediendo (porque eso es una agresión) no dijo nada. Pensé que diría "gracias" o "qué viejo más sinvergüenza", pero no. El silencio predominó.

Creo que no hace falta ser estrella de cine o cantante para denunciar, para decir ¡YA BASTA! para que empecemos a visibilizar y tratar de corregir esas prácticas violentas que no nos dejan vivir tranquilas.
Que nuestro grito no sea solo cada 8 de marzo, usemos nuestra indignación para vencer el miedo y el silencio y exijamos el respeto a nuestro derecho de vivir una vida libre de violencia contra la mujer. Es justo y es necesario.