Cada persona es protagonista de su propia historia, su propia presentación en este escenario de la vida.
Sin embargo, actuamos sin saber si nuestra historia será una comedia, un drama, una épica al estilo griego o una tragedia clásica con un final nada consolador.
En nuestra propia historia compartimos escenario con muchos otros actores, que hacen de su papel su obra personal.
Personajes van y vienen.
Están los que apenas dicen una línea y luego desaparecen sin dejar rastro de que estuvieron ahí, los extra, los observadores.
No faltan los de reparto, el amigo que hace las veces de conciencia, el cómico que saca las carcajadas de un público cruelmente crítico, el misterioso que cruza como una sombra, el idealista y el dramático.
A medida avanzan los actos van apareciendo más personajes, aquellos que no pasan desapercibidos.
Los que juegan un papel desconcertante, amigos y antagónicos, esos que dejan la sensación de mal actor, el que desprecia al amor, el que recuerdas como el villano y hace de las suyas.
Pero el telón se cierra y empieza otra escena.
Ese personaje que tuvo tanta presencia regresa para reivindicar su papel, pero por más que se esfuerce te das cuenta que ahora es un personaje secundario. Otro personaje ha aparecido y te preguntas cuánto tiempo estará en tu escenario y cuánto impacto causará.
El acto termina.
De nuevo, la espectativa de qué vendrá después.
Qué papel jugarás en este teatro interminable.
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