Mi niñez está llena de recuerdos de campiña, de abandono, de tristeza, de juegos, de historias fantásticas, de mitos y sueños sin realizar y realizados; está llena de memorias, pero ninguna de ellas me pertenece.
Mis recuerdos son los recuerdos de mi abuela y de mi madre. Historias de vida que al imaginarlas tienen tono en blanco y negro o sepia, como las fotografías de juventud, de días pasados.
Conversaciones inolvidables que siempre iniciaban con un "cuando yo era cipota" o "me acuerdo que una vez Antonio..."
Aunque no lo conocí personalmente, mi tío Antonio no me parece un extraño. Siempre había una historia de infancia y juventud de mi mamá y mi abuela sobre él que describía su carácter, su aspecto. Me parece que su influencia en sus vidas fue más grande de lo que pensaban porque estaba presente en más de alguna conversación.
Historias sobre mi abuelo tampoco faltaron. Hombre mujeriego, padre de medio tiempo, pero a quien mi abuela no dejó de amar, al menos eso me pareció.
Recuerdos, son tantos que difícilmente podría ponerlos en orden. En medio de ellos aparecen las "pasadas", esas historias fantásticas de tradición oral que mi abuela explicaba diciendo "antes había más sencillez y se daban esas cosas".
Memorias, memorias que me hicieron comprender de dónde provengo y aunque no son propias las siento mías.
Memorias que a veces escribo para no olvidar.
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