Cuando se
tiene salud, trabajo, un techo seguro y una familia unida es fácil sentirse
contento y estar agradecido con Dios y decir que le amamos
Pero,
¿seríamos igual si nos faltara alguna de esas cosas?
Muchos
quizá tenemos la idea de que “estamos bien con Dios” cuando no estamos
padeciendo alguna necesidad, cuando no tenemos problemas con otras personas o
nos sentimos bien con nosotros mismos.
Tenemos el
concepto que tenían los amigo de Job, cuando creyeron que las penas que este
hombre padeció (murieron sus hijos, perdió sus bienes y le cayó una llaga que
cubrió todo su cuerpo) se debían a que había pecado contra Dios. Pero detrás de
todo, el Señor tenían un propósito.
Cuando Job
perdió sus hijos y sus bienes dijo: “desnudo salí del vientre de mi madre, y
desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito” (Job 1:21).
¿Seríamos
nosotros capaces de hablar así?
Mas bien lo
primero que hacemos cuando perdemos algo es preguntar: ¿por qué?
Y aunque no
lo hiciéramos, ¿bendeciríamos su nombre?, ¿le daríamos gracias?
Creo que
pasamos tan afanados pensando en el trabajo, en las deudas, en los problemas
familiares, en las crisis existenciales, en la inseguridad social y tantas
cosas más, que nos olvidamos de dar gracias a Dios por el aliento de vida, por
las nuevas oportunidades que llegan con cada amanecer, por la salvación.
Pero el
gozo y el agradecimiento no se logran solo con el conocimiento, se aprenden.
Algunas lecciones son más duras que otras, pero dejan una huella imborrable.
Una lección
llegó a mi vida por medio de una alabanza que se llama “El alfarero”, inspirada
en el pasaje de Jeremías 18:1-6.
La mañana
del miércoles 6 de enero de 2010 estaba cantando esa alabanza y pensé que Dios
la puso en mi corazón para compartirla con mi mamá y así lo hice.
Ese día
estuve parada a la puerta de la
Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Rosales por casi
dos horas, esperando que fuera la hora de visita. Ese día le retiraron los
tubos de respiración y pude verla despierta.
Por fin
entré, la saludé, no pudo decir mucho solo recuerdo que me pidió que le llevara
ropa. Antes de irme, oré por ella y canté esa alabanza.
Fue la
última vez que la vi con vida.
El 2009 fue
un año difícil económicamente en mi grupo familiar. Y fue el año en que el
estado de salud de mi mamá empeoró. La
familia y los hermanos de la congregación pasamos mucho tiempo
pidiéndole a Dios que la sanara, pero no fue así.
Lo más
fácil hubiera sido reclamarle a Dios porque no nos concedió lo que le pedimos,
pero tampoco fue así.
Tiempo
después, entendí que el mensaje de la alabanza no era para ella, era para mí.
El canto dice
así:
Un día yo orando le dije a mi Señor: tú el alfarero y yo el
barro soy
Moldea mi vida a tu parecer, haz como tú
quieras, hazme un nuevo ser.
Me dijo: no me gustas, te voy a quebrantar.
Y en un vaso nuevo te voy a transformar.
Pero en el proceso te voy a hacer llorar,
porque por el fuego te voy a hacer pasar.
Quiero una sonrisa, cuando todo va mal.
Quiero una alabanza, en lugar de tu quejar.
Quiero tu confianza, en la tempestad.
Y quiero que aprendas también a perdonar.
De seguro
que a nadie le gusta pasar por el fuego, pero es necesario que nuestra fe sea
probada (1ª Pedro 1:7)
Y Él
corrige y disciplina a todo el que toma por hijo (Hebreos 12:6).
El Señor
nos confortó y nos consuela con la esperanza de que mi mami, mi hermano y mi
abuela están descansando en su presencia.
Sé que es
difícil dar gracias y sentir alegría en los momentos difíciles, cuando hay
discusiones, cuando hay problemas, cuando las cosas no salen como lo planeamos,
cuando nos defraudan o cuando las personas que amamos nos desilusionan.
Pero
también sé que la fidelidad de Dios es grande y no deja desamparados a quienes
en Él confían.
Por eso, sigo aprendiendo a agradecerle.
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