Era un día precioso, la luz brillante, el clima fresco y era solo nuestro.
Caminábamos tomados de la mano, sobre calles empedradas, despreocupados de hacia dónde nos dirigíamos y realmente eso no nos importaba, estábamos juntos y eso era suficiente.
Intercambiábamos miradas, nos reíamos.
La conversación era fluida, amena, de cosas tal vez irrelevantes pero que capturaban toda nuestra atención; lo demás, no importaba. Eran tus palabras, eran las mías.
El tiempo pasa rápido, demasiado rápido. El viento sopla, se enfría, puedo sentirlo en mi piel.
De pronto escucho truenos a lo lejos, la lluvia se acerca.
Corrimos a refugiarnos, riéndonos. Puedo escuchar el sonido de las gotas caer en el techo, truenos a lo lejos.
El viento es frío. Busco el calor de tus brazos. Tu mirada, simplemente cautivadora.
De nuevo, escucho truenos a los lejos, siento frío, tus brazos no están.
Escucho un sonido familiar, que martilla con ímpetu en mis oídos.
Cierro mis ojos, el sonido sigue ahí.
Abro mis ojos y todo es oscuridad.
Extiendo mi mano para apagar la alarma del despertador.
Reflexiono, no te has ido, es solo que nunca estuviste.
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