domingo, 6 de diciembre de 2015

Un café y una silla vacía

Alguien que aprecio me dijo una vez que la vida es muy corta para guardarse todo. Supongo que tiene razón, de vez en cuando hace falta abrir espacio.
No suelo decir mucho de mí misma, de mi yo interior, de la persona que piensa y a la vez filtra lo que va salir. Sí, una especie de editora y correctora de estilo al mismo tiempo.
La que está en su escritorio día y noche y se asoma a la ventana para ver lo que hay afuera. A veces sale, pero cuando lo hace no encuentra con quien conversar aunque lo procure, las agendas rara vez coinciden y no le queda más que sentarse a tomar una taza del café en medio del bullicio frente a una silla vacía. Regresa a su lugar con una mueca de sonrisa, que no importa porque nadie la ve de todos modos.
Es curioso, paso sola bastante tiempo y es tranquilo sí, relajante; pero no me acostumbro. Es difícil mantener una conversación con el silencio.
Por supuesto no falta quien diga que no hay que dramatizar, que disfrute de esta etapa, que soy dichosa, etc, etc; pero algunos consejos me suenan a reproche solo porque no tengo la misma percepción del tiempo individual.
Claro, su situación es diferente. O será que se arrepienten de algo y extrañan el silencio? No lo sé.
Lo que sí sé es que no puedo regir mi vida según los parámetros de otros, por muy buenas intenciones que tengan.
Prefiero la idea de que la vida es mejor cuando se comparte, tener algo qué contar, algo que ver, algo de qué reír y algo de qué llorar, algo por qué soñar; aunque de momento solo tenga un café, frente a una silla vacía.




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