Muchas personas tienden a guardar objetos, fotografías que le recuerdan a seres amados que físicamente ya no están en esta vida y yo no soy la excepción.
En esta era digital conservo correos, comentarios y conversaciones (chat) que tuve con mi hermano hace mucho tiempo. Cuando limpio mi correo, me detengo a pensar si borrar o no ese mensaje, porque es para mí un recuerdo de sus palabras, de su forma de hablar y siento está cerca, hablándome de nuevo; total, no los borro.
Martín tenía un emprendimiento, creó una página en facebook como todo interesado en promocionar sus productos. Como esa era su cuenta más usada, era un medio de comunicación entre nosotros.
Por motivos que no mencionaré, él falleció en la navidad de 2012. El emprendimiento lo continuaron, con el mismo nombre, pero mi interés en las publicaciones disminuyó como podrán entender.
No me fijé en qué momento el nombre de la cuenta del face fue cambiado, me lo dijo mi hermana.
Tienen todo el derecho de hacer lo que quieran, es su trabajo; pero hubiera preferido que mejor hicieran otra cuenta. No es mi asunto, lo sé; no tengo nada que ver, eso también lo sé.
Lo que sí sé es que al revisar la conversación que guardé aparece otro nombre, un extraño que no es mi hermano, un intruso. Lo que había guardado en su memoria ya no lo es y sentí tristeza, sentí como si me hubiesen robado un recuerdo muy preciado. Lloré.
Pensé que la vida misma, los cambios del tiempo, me obligan a soltar el pasado, a dejar ir.
Quizá exagero, quizá me dirán cosas de "la vida sigue, no te clavés", "ni debería importarte", a "estas alturas eso no debería extrañarte", "recordalo como era", etc, etc, frases que buscarán dar ánimos pero que sentiré como reproches en mi corazón, porque uno nunca olvida a quienes ama.
Como un buen amigo me dijo hoy, "esas cosas las entiende solo los que lo han vivido".
Hoy me pasé de sentimental, sabrán disculpar.
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