lunes, 2 de agosto de 2021

Pobrecita mi cana


La prisa por arreglarme me hace olvidarla, pero cada vez que me veo en el espejo está ahí. 
Única, resaltante entre los negros compañeros. 

Sí, tengo una cana. 
Aunque mi cabello nunca fue completamente negro y nunca pasó un colorante artificial, el blanco cabello llama mi atención. 
Una cana, la primera, la que me hace pensar en el tiempo efímero, en los planes de los 20, en los sueños de los 16, en las ilusiones de los 14.
Los 14. Aquellos cuando quise ser escritora, sin haber leído mucho, solo pensé que tal vez podría plasmar en bellas frases los pensamientos ahogados por los buenos modales y el decoro. 
Llegamos cerca, pero no.
Luego pienso en los 16, aquellos que tomaron una decisión. Lo siento, en esa ya no estabas, ninguno del entonces estaba, eso hubiera sido estancarme y no quise que pasara. No, eso no era para mí. 
Escogí mi camino.
Y los 20, ¡ah los 20!
Demasiado como para poner en pocas líneas, muchas heridas, muchos golpes, cicatrices y marcas. Logros, pérdidas y aceptación.
Pasaron los febreros y los diciembres y los sueños fueron cambiando. 
Con la madurez pensaba que las ilusiones se van acabando, pero no sé cómo logran colarse entre la razón y la sensatez. 
Escasas posibilidades, casi ninguna en realidad, pero la idea estuvo metida, casi clavada como una obsesión. 
Una meta incumplida viendo pasar los años, aguardando a explotar y no dejar nada para lamentar después. 
A los 38 tengo una cana, es fuerte y resalta entre el cabello negro. La admiro y al mismo tiempo siento pena por ella, alberga muchos sueños como si tuviera 20. 
Pobrecita mi cana, todavía cree que la van a amar.