viernes, 18 de agosto de 2023

¿Y qué hago con este sentimiento?


En los últimos amaneceres y ocasos me asalta con frecuencia una pregunta, una pregunta importante, pero tan importante que a veces quisiera no tener que contestarla: ¿Qué hago con este sentimiento? 
Mi mente no recuerda en qué momento pasaron de ser una ilusión a lo que parecía una realidad, pero que duró tan poco que en un parpadeo se volvieron un pesar. Sí, un pesar.
¡Ah esperé tanto tiempo!, ¿en serio ya se acabó? Que cruel desenlace maquinó el guionista de esta historia, que me eleva como una cometa con el viento fresco y me deja caer con la pesada tormenta.  
Ahora respóndeme, ¿qué hago yo con este sentimiento?
Mi cuerpo ya no es el que sus brazos ansían, ni mis labios los que atraen su deseo. Las historias que parecían interminables entre planes y proyectos se estancaron en el fango. Pero los sentimientos ahí están, aferrados, y apretan tanto que limitan el aire en mis pulmones.
"No es la primera vez", dice entre las sombras el tejedor de sueños, mientras está sentado deshilando una esperanza y sin alzar la vista.
Sí, no es la primera vez; pero en serio, ¿qué carajos hago con este sentimiento?
Mientras rebusco en mi conciencia una respuesta que tenga coherencia, pasa un murmullo con el viento de la lluvia nocturna. "Ya sabes lo que tienes que hacer", me dice.
Un repriss de viejos cuentos que no terminaron con un "felices por siempre". No, no hay lugar para esas cursilerías. Y es que la caja de lamentos se cerró con llave y se ocultó en el desván de los fracasos etiquetados como "experiencia".
Etiqueta bastante recurrente para archivar otras frustraciones de horas perdidas y de vida agotada a cambio de unos billetes para financiar el vicio del café.
Pero este sentimiento es distinto, tuvo sensación a logro y recompensa por la abrumadora espera. Pero duro poco, muy poco, tan poco que hasta me atrevo a decir que fue injusto.
Y ahora no encaja en nada, no cabe con las oportunidades, no clasifica con el estrés, no puede ser tristeza porque con un simple mensaje mueve los músculos del rostro para dibujar una sonrisa. Pero no dura tampoco.
La escasa luz que se cuela entre las cortinas intenta darme una respuesta: "Deja que se vaya, es más, ni tienes que despedirte, hace ratos que te dejó atrás".
Y antes de perderse en penumbras deja su último mensaje: "Olvida".
Olvidar, hay una caja con esa etiqueta, ahí en el rincón de mi mente al que tengo miedo de ir, porque lo conozco y sé la fuerza que tiene.
Abrazo mi sentimiento con un espíritu protector y pienso dentro de mí que es demasiado hermoso para meterlo ahí, no puede estar ahí.
Sin darme cuenta llegó el alba y amanecí con mi sentimiento cálido y tierno y pienso que no puedo abandonarlo, no dejarlo a su suerte entre penas y lamentos. No este, no por el que esperé tanto. Aunque cada vez se ve más pequeño.
¿Qué haré con él? No quiero que se vaya, no quiero que desaparezca; pero se desvanece como espuma sin que pueda impedirlo.
¡Va a dejarme! Se irá como un brillo de un sueño imposible que fue cierto aunque sea por un segundo.
Cuando el sol por fin entró me di cuenta que mis manos estaban vacías, pero la calidez de ese sentimiento se quedó guardada en la cajita etiquetada como memoria.

lunes, 1 de mayo de 2023

La marcha de trabajadores, gorras y sombreros

Una vez más trabajadores, trabajadoras, miembros de sindicatos, de organizaciones civiles, de partidos políticos, estudiantes, veteranos, cooperativistas, feministas, periodistas y vendedores recorrieron algunas calles de San Salvador en la marcha de conmemoración por el Día Internacional de los Trabajadores y Trabajadoras.

Mientras unos marchaban para exigir y reivindicar derechos o para exponer posturas a favor o en contra de políticas públicas, otros asistieron para ganarse el sustento diario. Y no me refiero a los periodistas que cubrimos la marcha, me refiero a comerciantes informales que aprovechan estas masivas concentraciones con un objetivo: vender sus productos.

Las postales de ventas ambulantes son comunes, tanto que recordé una publicación de septiembre de 2011 que titulé "La marcha de las tostadas". En aquel momento, las tostadas de plátano y de yuca, los dulces y las paletas eran los acompañantes en los largos recorridos bajo el penetrante sol.

Pero noté esta vez que no hubo tostadas, de hecho, no recuerdo haberlas visto desde que se retomaron las actividades de calle después de la emergencia por la pandemia del Covid-19.
Lo que sí hubo, y bastante, son las ventas de gorras, sombreros, vinchas o pañoletas, incluso de esas molestas cornetas de plástico.

Y aunque el producto era distinto, la acción fue la misma: caminar todo el recorrido de la marcha.

Adelantarse por momentos en el trayecto para ubicarse en el mejor lugar o llegar desde temprano antes que el calor del sol cale en la piel son solo algunas "estrategias" de venta.

Al final, el objetivo es llevar ingresos a casa, ganados con el sudor de su frente y el cansancio de sus pies. Y representan el mejor ejemplo de aquellos por quienes aún falta luchar para obtener una mejor calidad de vida y que cuando salgan a marchar sea porque quieran hacerlo, teniendo la seguridad que no se quedarán sin sustento.



domingo, 8 de enero de 2023

Una rama que se extinguió

Las ramas del árbol genealógico se van extendiendo o cortando con el paso del tiempo. Aunque algunos linajes ya cuentan con varias descendencias, otros se extinguen y van quedando en el olvido.

Hace unos pocos días acompañamos el entierro de la tía Ana, prima de mi papá, ya no me acuerdo si era hija de Amalia o de Concha, pero de una de ellas era hija.

Al ver a algunos de los parientes recuerdo que le comenté a mi papá "que montón de Peñate son ustedes" (por no decir somos 😄). Y me dijo que sí, que eran varios primos, primas y sobrinos, muchos que probablemente ya no logramos identificar.

Y es que Juan, Amalia, Concha y Miguel tuvieron varios hijos e hijas, quienes ya tuvieron varios hijos e hijas y nietos. En eso recordé a tío Chico, el hermano mayor de todos ellos.

Su imagen es vaga en mi memoria, era muy pequeña cuando lo conocí, era de piel algo clara pero marcada por el sol, nariz pronunciada como el resto de sus hermanos y delgado.

Recuerdo que decían que era loco, deambulaba por las calles constantemente y siempre con un pedazo de palo en su mano que le servía de bastón y de repelente contra algún adversario real o imaginario.

De vez cuando llegaba a mi casa a hablar con mi papá o mi mamá, a veces con conversaciones cuerdas y otras no tanto; pero nunca fue agresivo con ellos.

Me decían que no le tuviera miedo y que le diera lo que pedía, a veces azúcar, a veces pan, no pedía mucho.

Hasta mucho después de su muerte me enteré que tuvo un hijo, de nombre Eduardo me parece (la verdad no recuerdo bien su nombre), solo sé que murió bastante joven y el dolor de su pérdida habría sido la causa del desvarío de su mente.

Una vez la tía Ana dijo que no era tan loco porque bien escondía el pisto para que no se lo quitaran, probablemente tuvo razón.

Murió siendo un anciano, en casa de una de sus hermanas.

Esa rama de la familia ya no floreció, "se extinguió" -pensé para mí-, ya solo queda en los recuerdos de quienes le conocieron, que ya van quedando menos.

No creo que estas pocas líneas que exprimí de mis memorias puedan servir de homenaje, a falta de contar con una fotografía suya, solo me gustaría pensar que no queda del todo olvidado.