jueves, 19 de junio de 2014

Aprende a agradecer

Cuando se tiene salud, trabajo, un techo seguro y una familia unida es fácil sentirse contento y estar agradecido con Dios y decir que le amamos
Pero, ¿seríamos igual si nos faltara alguna de esas cosas?

Muchos quizá tenemos la idea de que “estamos bien con Dios” cuando no estamos padeciendo alguna necesidad, cuando no tenemos problemas con otras personas o nos sentimos bien con nosotros mismos.
Tenemos el concepto que tenían los amigo de Job, cuando creyeron que las penas que este hombre padeció (murieron sus hijos, perdió sus bienes y le cayó una llaga que cubrió todo su cuerpo) se debían a que había pecado contra Dios. Pero detrás de todo, el Señor tenían un propósito.

Cuando Job perdió sus hijos y sus bienes dijo: “desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).

¿Seríamos nosotros capaces de hablar así?
Mas bien lo primero que hacemos cuando perdemos algo es preguntar: ¿por qué?
Y aunque no lo hiciéramos, ¿bendeciríamos su nombre?, ¿le daríamos gracias?

Creo que pasamos tan afanados pensando en el trabajo, en las deudas, en los problemas familiares, en las crisis existenciales, en la inseguridad social y tantas cosas más, que nos olvidamos de dar gracias a Dios por el aliento de vida, por las nuevas oportunidades que llegan con cada amanecer, por la salvación.

Pero el gozo y el agradecimiento no se logran solo con el conocimiento, se aprenden. Algunas lecciones son más duras que otras, pero dejan una huella imborrable.

Una lección llegó a mi vida por medio de una alabanza que se llama “El alfarero”, inspirada en el pasaje de Jeremías 18:1-6.

La mañana del miércoles 6 de enero de 2010 estaba cantando esa alabanza y pensé que Dios la puso en mi corazón para compartirla con mi mamá y así lo hice.
Ese día estuve parada a la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Rosales por casi dos horas, esperando que fuera la hora de visita. Ese día le retiraron los tubos de respiración y pude verla despierta.
Por fin entré, la saludé, no pudo decir mucho solo recuerdo que me pidió que le llevara ropa. Antes de irme, oré por ella y canté esa alabanza.
Fue la última vez que la vi con vida.

El 2009 fue un año difícil económicamente en mi grupo familiar. Y fue el año en que el estado de salud de mi mamá empeoró. La  familia y los hermanos de la congregación pasamos mucho tiempo pidiéndole a Dios que la sanara, pero no fue así.
Lo más fácil hubiera sido reclamarle a Dios porque no nos concedió lo que le pedimos, pero tampoco fue así.

Tiempo después, entendí que el mensaje de la alabanza no era para ella, era para mí.
El canto dice así:

Un día yo orando  le dije a mi Señor: tú el alfarero y yo el barro soy
Moldea mi vida a tu parecer, haz como tú quieras, hazme un nuevo ser.
Me dijo: no me gustas, te voy a quebrantar.
Y en un vaso nuevo te voy a transformar.
Pero en el proceso te voy a hacer llorar, porque por el fuego te voy a hacer pasar.

Quiero una sonrisa, cuando todo va mal.
Quiero una alabanza, en lugar de tu quejar.
Quiero tu confianza, en la tempestad.
Y quiero que aprendas también a perdonar.

De seguro que a nadie le gusta pasar por el fuego, pero es necesario que nuestra fe sea probada (1ª Pedro 1:7)
Y Él corrige y disciplina a todo el que toma por hijo (Hebreos 12:6).

El Señor nos confortó y nos consuela con la esperanza de que mi mami, mi hermano y mi abuela están descansando en su presencia.

Sé que es difícil dar gracias y sentir alegría en los momentos difíciles, cuando hay discusiones, cuando hay problemas, cuando las cosas no salen como lo planeamos, cuando nos defraudan o cuando las personas que amamos nos desilusionan.  

Pero también sé que la fidelidad de Dios es grande y no deja desamparados a quienes en Él confían.

Por eso,  sigo aprendiendo a agradecerle.

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