martes, 5 de mayo de 2020

Juanita se queda en nuestros corazones

Una vez escuché a un psicólogo decir que rara vez podemos tener recuerdos conscientes de nuestros primeros meses de vida, a menos que hayan significado algo importante como para quedarse guardados en la memoria.

Pues bien, me alegra saber que el primer recuerdo de mi vida es con una mujer maravillosa.
No sé qué edad tenía exactamente, solo recuerdo que estaba dando pasos en la sala y llegué a la puerta hacia el patio y mi hermana dijo "Juanita, mire". Y vi a esa mujer de pelo negro, morena, de cuerpo robusto, que estaba lavando. No dije nada, creo que aún no había aprendido a pronunciar palabras. 

Me ponía pan con queso en la lonchera que llevaba al kinder.
Trabajó en mi casa hasta que cumplí seis años.

De risa escandalosa, cuando se reía soltaba una carcajada limpia y contagiaba esa alegría. Desde que recuerdo, ella siempre fue cristiana evangélica, de mucha fe, dedicada en el trabajo. Me llevó al culto como dos veces cuando estaba chiquita. 
Estoy segura que oró por los Peñate por muchos años hasta que vio la respuesta.

Las tardes que nos llevaban a verla a su casa eran alegres, recuerdo que nos quedábamos callados escuchando las historias de don Víctor, el papá de Juanita. Hablaba de las veces que se enfrentaba a leones (pumas para ser más precisa), cuando salía a cazar, de los trabajos que hacía, de las idas en tren. No se sentía pasar el tiempo. No sé en qué municipio creció, pero era de la zona rural donde seguido veían gatos de monte.
Su mamá ya no caminaba, pero era lúcida y le gustaba conversar con mi mamá y mi abuela. Nos regresábamos hasta que oscurecía o cuando mi mamá veía que las gallinas se subían a los palos para dormir.
Juanita nunca se casó, no tuvo hijos, cuidó a sus padres hasta que partieron.

Mujer trabajadora. Hacía las quesadillas más sabrosas que he comido en mi vida, salpor de maíz y unos tamales de gallina inigualables.
Cada sábado mi mamá le encargaba como 50 tamales para los de casa y las panaderas que trabajaban con nosotros. Era tradición cenar tamales viendo las películas de Pedro Infante que pasaba el canal 12. Y desayunar tamales calentados en el horno de leña el domingo.

Adoptó al Malacara, uno de los gatitos nacidos en nuestra casa de la gata que tuvimos un tiempo. Mi hermano lo llamó así porque era blanco con machas negras y en la cara parecía tener un antifaz. Vivió varios años con ella el Malacara.

Creo que hasta se encariñó con Rocky, un pastor alemán que teníamos y que acompañaba a mi hermano cuando iba por los tamales que mi mamá le encargaba para vender en el comedor que tenía por el mercado.

La vida siguió su curso. Cuando mi mamá enfermó, la Juanita venía seguido a verla, a orar por ella. Estuvo con nosotros cuando mi mamá murió, en enero de 2010, consolando a mi abuela. 
Estuvo con nosotros para despedir a mi abuela dos años después.
Lloró con nosotros cuando murió mi hermano.

Dijo que había soñado con él días antes, de cuando era niño y lo bañaba en la pila y le decía 'Martincito, ya te voy a sacar' y él le respondía 'esperáte Juanita, me falta la guacalada, la vez y la última'. Solo él sabía qué quería decir.

Tiempo después, le pedí que me enseñara a hacer tamales. El día que vino a mi casa, sus ojos se llenaron de lágrimas. Supongo que fueron los recuerdos de personas amadas que ya no estaban.
Hago tamales como ella me dijo, sigo practicando. 

Hoy nos toca despedirnos de Juanita, a la distancia, porque estamos en cuarentena domiciliaria por el COVID-19. Duele no poder acompañar la vela T_T
Sin ser familia, llegó a ser muy amada y su recuerdo se queda conmigo.
Me gusta pensar que ya se abrazó con mi mamá y están gozándose con Jesús.

Descanse en el Señor, Juanita


P.D. la chiquitina da de la foto soy yo.

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