Desde 1902 hasta el 2001, ocurrieron 21 sismos de pequeña y gran magnitud que afectaron al territorio salvadoreño.
Los fenómenos, asociados al choque de las placas de los Cocos y El Caribe, siempre nos sorprenden y causan en la población el típico temor por el final de los tiempos o que era un castigo divino.
Creo que no fue para menos la angustia que vivieron los capitalinos en 1917 cuando dos sismos sacudieron al país, uno de ellos se hizo acompañar de la erupción del volcán de San Salvador o viceversa.
Para esa época, no se contaba con el instrumental que definiera la magnitud de terremoto ni el conocimiento de que son movimientos naturales en este lado del mundo, por lo que el pánico era incontenible.
La angustia ante la tragedia del 10 de octubre de 1986 tampoco es de menospreciar. El temblor no fue de gran magnitud (según estimaciones de profesionales del área) pero causó graves daños porque fue superficial y porque muchas edificaciones quedaron debilitadas desde el sismo de 1965 y cayeron, muchas personas fallecieron sepultadas.
Para el año 2001, obviamente se contaba con mayor conocimiento sobre los sismos y el instrumental para medirlos; sin embargo, el susto no se puede medir, más cuando sucedieron una serie de réplicas que culminaron en un segundo terremoto. De nuevo, las ideas del fin del mundo resurgieron entre la población.
Ahora, en pleno 2010, las instituciones de socorro y de Protección Civil elaboran planes de respuesta ante un terremoto. Otras, tratan de prevenir haya víctimas mortales al desalojar edificaciones vulnerables.
La preparación es a todo nivel ¿por qué? Porque no de por gusto los españoles denominaron esta zona como el Valle de las Hamacas. Como me decía el jefe de Protección Civil de la comuna capitalina "aquí siempre va a temblar" y si ya se sabe que es zona sísmica, no se puede pasar por alto la prevención.
Sin embargo, existe un punto importante: la gente siempre se asusta con los temblores. Un experto del Snet me dijo que muchas de las muertes durante un terremoto sucedieron porque las personas salieron corriendo.
Ante eso me pregunto ¿para dónde corren si el temblor se siente en varios kilómetros? Mi mamá me dijo una vez: de nada sirve salir corriendo a la calle porque uno no sabe si el suelo se va a abrir y siempre se va a morir.
Y es que la primer acción ante un sismo es buscar la salida. He visto colegas salir a toda prisa del edificio cuando tiembla, y eso que no son terremotos. No quisiera cruzarme en su camino al momento de ocurrir uno porque es más fácil que muera o resulte lesionada por atropellamiento que porque me caiga la casa encima.
Ciertamente, el miedo a lo que no podemos controlar es algo natural en el ser humano. Pero es importante no dejarnos controlar por el miedo, porque así es cuando se vuelve pánico.
A estas alturas, todos los edificios deberían tener señalada la ruta de evacuación y practicar simulacros; pero bueno, no todos piensan igual.
De la misma manera que debemos preparar medidas preventivas en emergencias naturales, debemos preparar nuestra vida espiritual.
Los terremotos están clasificados como principios de dolores (Mateo 24:7-8), señales que anuncian la venida de Jesucristo para levantar a su iglesia. ¿Estamos preparados?
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