El sol se ocultó, pero aún hay claridad en el cielo. Una brisa fresca, las aves buscan sus nidos.
Veo unos niños que elevan una piscucha, tranquilos, sin preocupaciones.
Un hombre sentado a la puerta de su casa, quien responde con cortesía a un "buenas tardes".
El aire lleva ese olor tan propio, tan conocido de queso y loroco, que provoca al paladar. Ya hay gente sentada a la mesa esperando ese manjar tan nuestro.
Camino sobre calles adoquinadas, paso sobre los viejos y enmohecidos raíles de la línea férrea, esos que he cruzado no sé, cientos o miles de veces.
Una puerta abierta, un gato sentado viendo lo que hay afuera.
Gente por las calles, niños que corren.
Pienso, no, siento esa realidad cotidiana que la política no ha corrompido ni el miedo ha invadido.
Es mi tierra, es mi pueblo, es mi gente, es... es parte de mí y yo de todos.
Es mi Aguilares
domingo, 14 de septiembre de 2014
lunes, 8 de septiembre de 2014
Nuestro paseo
Era un día precioso, la luz brillante, el clima fresco y era solo nuestro.
Caminábamos tomados de la mano, sobre calles empedradas, despreocupados de hacia dónde nos dirigíamos y realmente eso no nos importaba, estábamos juntos y eso era suficiente.
Intercambiábamos miradas, nos reíamos.
La conversación era fluida, amena, de cosas tal vez irrelevantes pero que capturaban toda nuestra atención; lo demás, no importaba. Eran tus palabras, eran las mías.
El tiempo pasa rápido, demasiado rápido. El viento sopla, se enfría, puedo sentirlo en mi piel.
De pronto escucho truenos a lo lejos, la lluvia se acerca.
Corrimos a refugiarnos, riéndonos. Puedo escuchar el sonido de las gotas caer en el techo, truenos a lo lejos.
El viento es frío. Busco el calor de tus brazos. Tu mirada, simplemente cautivadora.
De nuevo, escucho truenos a los lejos, siento frío, tus brazos no están.
Escucho un sonido familiar, que martilla con ímpetu en mis oídos.
Cierro mis ojos, el sonido sigue ahí.
Abro mis ojos y todo es oscuridad.
Extiendo mi mano para apagar la alarma del despertador.
Reflexiono, no te has ido, es solo que nunca estuviste.
Caminábamos tomados de la mano, sobre calles empedradas, despreocupados de hacia dónde nos dirigíamos y realmente eso no nos importaba, estábamos juntos y eso era suficiente.
Intercambiábamos miradas, nos reíamos.
La conversación era fluida, amena, de cosas tal vez irrelevantes pero que capturaban toda nuestra atención; lo demás, no importaba. Eran tus palabras, eran las mías.
El tiempo pasa rápido, demasiado rápido. El viento sopla, se enfría, puedo sentirlo en mi piel.
De pronto escucho truenos a lo lejos, la lluvia se acerca.
Corrimos a refugiarnos, riéndonos. Puedo escuchar el sonido de las gotas caer en el techo, truenos a lo lejos.
El viento es frío. Busco el calor de tus brazos. Tu mirada, simplemente cautivadora.
De nuevo, escucho truenos a los lejos, siento frío, tus brazos no están.
Escucho un sonido familiar, que martilla con ímpetu en mis oídos.
Cierro mis ojos, el sonido sigue ahí.
Abro mis ojos y todo es oscuridad.
Extiendo mi mano para apagar la alarma del despertador.
Reflexiono, no te has ido, es solo que nunca estuviste.
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