En El Salvador sobran motivos para tener un vehículo, comenzando con la seguridad, porque la situación de violencia es compleja y utilizar el servicio de transporte público puede ser un verdadero atentado contra la vida.
Además que tener un vehículo brinda cierto “estatus” o más “caché”. Y el hecho de gastar en gasolina y pagar con ella más impuestos como que da la sensación que somos categoría VIP y nos vuelve más exigentes.
Pero tener un vehículo automotor lleva consigo mucha responsabilidad y demanda la consciencia de que las vías son de uso compartido en sus diferentes modos de movilidad.
Sin embargo, en El Salvador y principalmente en la zona metropolitana, parece que esa consciencia fue sustituida por el egoísmo. Todo conductor debe cumplir y respetar una serie de lineamientos que están concentrados en la Ley de Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial y sus reglamentos, sí, ese libro que le dieron en la escuela de manejo y le dijeron que estudiara porque le iban a hacer un examen.
Lastimosamente, muchos hacen caso omiso de dicha normativa y conducen irrespetando al resto de usuarios. Las multas que impone la Policía de Tránsito parecen no tener mayor efecto, en especial cuando la leve ni siquiera llega a los US$12. Quizá las bartolinas hasta les parecen cómodas a quienes pasan las 72 horas al ser encontrados alcoholizados.
Nunca falta el impaciente que al ver una fila de vehículos detenidos adelanta invadiendo el carril contrario para colocarse al frente, o adelante por la derecha. ¿Acaso se cree más importante que el resto de conductores?, ¿acaso el resto de personas debe aceptar su conducta solo porque sí?, ¿acaso su derecho de transitar por las vías públicas está por encima del derecho de los demás?
Acciones como esas son un riesgo no solo para quien las realiza sino para los demás. Se confían demasiado en su destreza y esta a veces les puede fallar y terminar con un evento lamentable.
Sí, esos que comúnmente llamamos “accidente”, que no es tan accidente cuando es el resultado de las decisiones y acciones que tomamos.
Accidente, según el diccionario de la Lengua española es: Suceso eventual que altera el orden regular de las cosas.
Pues vivimos bien alterados con un promedio diario de 60 de estos eventos.
Por invadir el carril, del 1 de enero al 12 de septiembre ocurrieron 3,191 “accidentes”, según publicó en Twitter el Viceministerio de Transporte (VMT).
Pero no es solo eso, somos egoístas cuando queremos las calles totalmente libres para transitar. Nos quejamos del tráfico, ese que contribuimos a generar cuando no medimos bien el tiempo, porque no podemos concebir salir más temprano de nuestras casas.
Por algo le llaman “hora pico” al periodo de tiempo en que hay más vehículos circulando. Todos entrando o saliendo al mismo tiempo, un caos.
Y la prisa también nos hace querer acelerar más. Y ver las calles libres, principalmente de noche, tienta a pisar a fondo el acelerador. Por velocidad inadecuada hubo ya 990 incidentes.
Por supuesto, también están los intolerantes. Además de la contaminación del aire por el humo que emanan los escapes de los automotores está la contaminación por el ruido. Una desafinada melodía de las bocinas de miles y miles de vehículos al unísono y ponen el acento los que le recuerdan a los otros a sus progenitoras.
He visto automovilistas que le pitan a los autobuses para que se muevan cuando estos pararon justamente donde está la parada autorizada y están bajando o subiendo pasajeros.
Sí, lee bien, PASAJEROS, esas millares de personas que no tienen vehículo propio y tienen que viajar en transporte público; que además de viajar apretadas en los buses y microbuses tienen que levantarse más temprano, correr el riesgo de que les roben sus pertenencias, llegar tarde por el tráfico y en el caso de las mujeres, ser manoseadas e irrespetadas por más de algún pervertido que se aprovecha de la situación.
También los buseros son un problema por la forma en que conducen, se quedan atravesados en las paradas y paran a media calle, van peleando vía y llevan música estridente y de remate reguetón. Cuando sacan la mano por la ventana, es señal que ya se metió al carril. Pitar e insultarlos por eso es pan de cada día.
Y no olvidemos a los ciclistas, esas personas que utilizan un medio de transporte de pedales y no de motor. Los que son vulnerables en el tráfico, los que merecen un espacio seguro para transitar.
Pero claro, los de carro no pueden aceptar que haya carriles para ciclistas, el espacio no alcanza y el que hay debe servir para los automóviles. Egoísmo.
Tampoco se concibe un carril para buses. No, la calle es de todos, todos exigimos el derecho de transitar, queremos trato igualitario en condiciones desiguales.
Por supuesto, los motociclistas tienen su aporte especial en este festín de tráfico. Van cruzándose en los carriles, se van por el centro de la vía, por la derecha y cuando es posible, por la acera. Hasta le pitan a los peatones para que se aparten. 187 motociclistas han fallecido este año.
Ah y no hay que dejar de mencionar la “epidemia” de usar el teléfono celular mientras van manejando. Atender una llamada, escribir un mensaje o chat deja en segundo plano la conducción.
“Que se fijen los demás, yo tengo que atender esta llamada porque es importante”. Y ahí van muchos distraídos y distraídas avanzando sin fijarse y cuando lo hacen, ya fue demasiado tarde.
Por distracción ocurrieron 3,305 incidentes.
No dejemos de lado a los peatones. Para algunos quizá es ofensivo ver gente cruzando la calle porque les hace reducir la velocidad o mejor solo suenan la bocina para que se apresuren. Y los de a pie también contribuimos al desorden. Muchos, dominados por la imprudencia, prefieren cruzar la calle debajo de la pasarela cuando tienen las condiciones físicas para poder usarla. No esperan que el color del semáforo les dé el paso o van caminando viendo el teléfono, distraídos, víctimas, usuarios vulnerables. Mea culpa
En total, hasta el 12 de septiembre hubo en El Salvador 14,968 eventos de tránsito como los llama la Organización Panamericana/Mundial de la Salud (OPS/OMS). Si el resultado fuera solo daños materiales no habría mayor inconveniente, el problema es que afectan lo más preciado: la vida.
841 personas murieron por “accidentes” viales, “accidentes” que tal vez se pudieron evitar si no fuéramos tan egoístas a la hora de conducirnos en el tránsito.
Más que campañas publicitarias, necesitamos una reeducación en seguridad vial, desaprender y aprender de nuevo, pero esta vez hacerlo bien.
Practiquemos la paciencia, la tolerancia. Hay que quitarle el polvo al libro de la ley de tránsito y leerlo de nuevo. Recuerde que el timón está en sus manos.
“Que se fijen los demás, yo tengo que atender esta llamada porque es importante”. Y ahí van muchos distraídos y distraídas avanzando sin fijarse y cuando lo hacen, ya fue demasiado tarde.
Por distracción ocurrieron 3,305 incidentes.
No dejemos de lado a los peatones. Para algunos quizá es ofensivo ver gente cruzando la calle porque les hace reducir la velocidad o mejor solo suenan la bocina para que se apresuren. Y los de a pie también contribuimos al desorden. Muchos, dominados por la imprudencia, prefieren cruzar la calle debajo de la pasarela cuando tienen las condiciones físicas para poder usarla. No esperan que el color del semáforo les dé el paso o van caminando viendo el teléfono, distraídos, víctimas, usuarios vulnerables. Mea culpa
En total, hasta el 12 de septiembre hubo en El Salvador 14,968 eventos de tránsito como los llama la Organización Panamericana/Mundial de la Salud (OPS/OMS). Si el resultado fuera solo daños materiales no habría mayor inconveniente, el problema es que afectan lo más preciado: la vida.
841 personas murieron por “accidentes” viales, “accidentes” que tal vez se pudieron evitar si no fuéramos tan egoístas a la hora de conducirnos en el tránsito.
Más que campañas publicitarias, necesitamos una reeducación en seguridad vial, desaprender y aprender de nuevo, pero esta vez hacerlo bien.
Practiquemos la paciencia, la tolerancia. Hay que quitarle el polvo al libro de la ley de tránsito y leerlo de nuevo. Recuerde que el timón está en sus manos.