En los últimos amaneceres y ocasos me asalta con frecuencia una pregunta, una pregunta importante, pero tan importante que a veces quisiera no tener que contestarla: ¿Qué hago con este sentimiento?
Mi mente no recuerda en qué momento pasaron de ser una ilusión a lo que parecía una realidad, pero que duró tan poco que en un parpadeo se volvieron un pesar. Sí, un pesar.
¡Ah esperé tanto tiempo!, ¿en serio ya se acabó? Que cruel desenlace maquinó el guionista de esta historia, que me eleva como una cometa con el viento fresco y me deja caer con la pesada tormenta.
Ahora respóndeme, ¿qué hago yo con este sentimiento?
Mi cuerpo ya no es el que sus brazos ansían, ni mis labios los que atraen su deseo. Las historias que parecían interminables entre planes y proyectos se estancaron en el fango. Pero los sentimientos ahí están, aferrados, y apretan tanto que limitan el aire en mis pulmones.
"No es la primera vez", dice entre las sombras el tejedor de sueños, mientras está sentado deshilando una esperanza y sin alzar la vista.
Sí, no es la primera vez; pero en serio, ¿qué carajos hago con este sentimiento?
Mientras rebusco en mi conciencia una respuesta que tenga coherencia, pasa un murmullo con el viento de la lluvia nocturna. "Ya sabes lo que tienes que hacer", me dice.
Un repriss de viejos cuentos que no terminaron con un "felices por siempre". No, no hay lugar para esas cursilerías. Y es que la caja de lamentos se cerró con llave y se ocultó en el desván de los fracasos etiquetados como "experiencia".
Etiqueta bastante recurrente para archivar otras frustraciones de horas perdidas y de vida agotada a cambio de unos billetes para financiar el vicio del café.
Pero este sentimiento es distinto, tuvo sensación a logro y recompensa por la abrumadora espera. Pero duro poco, muy poco, tan poco que hasta me atrevo a decir que fue injusto.
Y ahora no encaja en nada, no cabe con las oportunidades, no clasifica con el estrés, no puede ser tristeza porque con un simple mensaje mueve los músculos del rostro para dibujar una sonrisa. Pero no dura tampoco.
La escasa luz que se cuela entre las cortinas intenta darme una respuesta: "Deja que se vaya, es más, ni tienes que despedirte, hace ratos que te dejó atrás".
Y antes de perderse en penumbras deja su último mensaje: "Olvida".
Olvidar, hay una caja con esa etiqueta, ahí en el rincón de mi mente al que tengo miedo de ir, porque lo conozco y sé la fuerza que tiene.
Abrazo mi sentimiento con un espíritu protector y pienso dentro de mí que es demasiado hermoso para meterlo ahí, no puede estar ahí.
Sin darme cuenta llegó el alba y amanecí con mi sentimiento cálido y tierno y pienso que no puedo abandonarlo, no dejarlo a su suerte entre penas y lamentos. No este, no por el que esperé tanto. Aunque cada vez se ve más pequeño.
¿Qué haré con él? No quiero que se vaya, no quiero que desaparezca; pero se desvanece como espuma sin que pueda impedirlo.
¡Va a dejarme! Se irá como un brillo de un sueño imposible que fue cierto aunque sea por un segundo.
Cuando el sol por fin entró me di cuenta que mis manos estaban vacías, pero la calidez de ese sentimiento se quedó guardada en la cajita etiquetada como memoria.